La vida en la Tierra sería muy diferente sin el reino vegetal. Este enorme y diverso grupo de organismos no sólo alimentan a la gran mayoría de los animales con fibra sabrosa y nutritiva, sino que también recarga nuestra atmósfera con suficiente oxígeno para mantenernos vivos y respirando. Dicho en términos muy sencillos, la vida en el planeta depende de las plantas.
Hay un conjunto de características que permiten a todas las cosas vivientes estar realmente “vivas”. Éstas requieren alimento para crecer y desarrollarse; responden y se adaptan a sus entornos; tienen un ciclo vital de crecimiento, reproducción y muerte y, muy especialmente, contienen células vegetales.
Las células vegetales, descubiertas por Robert Hooke a mediados del siglo XVII, son los pilares de la vida vegetal. Al igual que las células animales, las vegetales son eucariotas, es decir, contienen un núcleo, estructura que actúa como el cerebro o centro de mando de las células vegetales.
En él se encuentra la información genética de la planta, que se utiliza para indicarle al resto de la célula qué funciones llevar a cabo.
Todo lo que hay dentro de las células vegetales está contenido por las membranas plasmáticas. Y en el interior de este revestimiento delgado y semipermeable se encuentra un mar de citoplasma, sustancia gelatinosa que contiene todas las otras partes de las células vegetales.
Estas estructuras expertas, conocidas como orgánulos o miniórganos, desempeñan sus respectivos roles. Alrededor de la membrana plasmática está una rígida pared celuar externa hecha de una sustancia fibrosa llamada celulosa.
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Otro rasgo distintivo de las células vegetales es su gran vacuola. A esta área, llena de fluido y gas, le corresponde la mayor parte de la masa celular. La vacuola se expande con el fluido para ayudarle a la célula a mantener su forma.
La gruesa pared celular es lo suficientemente fuerte como para resistir este incremento de presión y garantizar que dicho globo orgánico no se reviente.
